domingo, 9 de diciembre de 2012

Fantoche




Dejas caer tus hinchadas piernas sobre el suelo. Dejas caer todo tu cuerpo sobre el suelo, no en la cama, no en el sillón, no sobre alguien. Tu respiración se vuelve quejumbrosa y las costillas parecen hacer ruidos  molestos, pero no, es tu diafragma, tus pulmones, seguramente ni estás oyendo y solo crees que suenas porque te sientes abrumadamente cansado.
Has llegado otra vez más tarde de lo que debías, ¿te divertías? Ya no importa, porque vas a olvidarlo, o ya lo dejaste ahogándose en el fondo del pozo al que le sigues echando tierra. Sí, lo ahogas en el fondo entre el  barro antes de llegar a tu casa y tirarte en el suelo. Allí donde no lo ves pero te pincha el cristal en las plantas, como siempre, como te gusta, te hace sangrar, te infesta.
No hay luces encendidas, no las necesitas, tienes los ojos cerrados, para no chocarte contigo en algún inoportuno reflejo, para no ver nada que no te interese o te haga sentir mejor.
Suspiras una y una y una y una vez más, nadie te escucha y te hartas de oírte. Otra vez los mismos fantasmas que te esperan con un plato vacío, con una cama revuelta y el baño sucio de hace tiempo, con la escoba llena de telarañas y las moscas alrededor de una olla de algún alimento que alguna vez tuvo otro color y otro aroma. Lo único que escuchas es a la vieja heladera casi roncar y a los perros de algún vecino al que no conoces. Todo está quieto, así, como te place, como te reconforta y nada nuevo esperas que pase. Es entonces cuando comienzas el ritual de todas las noches, tu cita con la muda sin ojos de garras afiladas, piensas que te oye, la buscas para que te sienta, y no lo sabes con certeza pero crees que está ahí contigo, cerca, dejándose acariciar y besar, es la única que no te rechaza, es la única que parece no quejarse de tu inmundicia y miseria, la que te espera cada noche sin preguntar absolutamente nada y te repites a ti mismo que su silencio es de respeto y comprensión... solo ella sabe.
Hoy tomaste el mismo camino a casa luego del trabajo, lo sabes se memoria, lo tienes registrado casi como un autómata, cada movimiento, cada baldosa floja que debes evitar, cada columna a la que no le ves más que "el pie", todo. Sabrías por dónde estás si andaras con los ojos vendados tan solo por los olores del camino, pero no te importa, no alardeas, no necesitas saber por dónde estás, solo quieres llegar a casa, cerrar la puerta con llave y esperar a que en la noche, sin encender la luz de afuera, puedas abrir un poco la ventana para que entre aire. Pero esto último se ha vuelto demasiado esfuerzo últimamente, te dices que por la estación te entrarían muchos insectos o hasta algún gato hambriento; recuerdas la última vez que amaneciste con una bola de pelos oscura a los pies de la cama, era flaco y sucio y hervía te pulgas. Te erguiste en la cama con furia hasta que los ojos vacíos del gato respondieron a los tuyos. Te sentiste comprendido, en un espejo, y el gato solo rajó por la misma ventana que dejaste abierta. Le dejaste alimento afuera, hasta le cediste un pocillo que jamás volverías a usar para darle de beber. Dejaste de dejarle comida a los tres días y ya no abriste más la ventana hasta que le colocaste un mosquitero.
Sientes el frío del suelo solo unos minutos, luego tu cuerpo se acomoda y empieza a sudar junto con las paredes ya asfixiadas, junto con las moscas verdes que zumban... te levantas. Te quitas el calzado sin desacordonarlo y trastabillando vas deshaciéndote de él. Tanteas un mueble a ciegas, con los ojos bien abiertos y te quedas en absoluto silencio. Notas que la vieja heladera hace mucho ruido y vas hasta ella para desenchufarla. Vuelves a quedarte muy quieto y en silencio, y cuando crees que son cuatro o cinco presionas tu dedo índice derecho sobre el pulsador. Arrojas matamoscas sin discriminación por toda la mesa y cocina que no ves porque estás a oscuras y tiras sobre la mesa la lata que rueda y cae, pero ya estás llegando al piso con todo tu pesado cuerpo, incluso antes que la lata. Te cambiaste de lugar, sientes uno de tus zapatos en  la espalda y con esta misma lo corres, pero queda cerca, tocándote. Queda a una altura que tus fosas nasales pueden percibir y hay mezcla de olores, sudor y talco. Frunces el ceño dos segundos y solo das vuelta la cara.
Desenchufaste la heladera y no volviste a conectarla a la corriente eléctrica, no haces ningún gesto y sigues así, como estás.
Comienzas como todas las noches tu peregrinaje por cada rincón nefasto de cada uno de tus días, intentas saber cuántos días son en total y callas a esa voz que quiere empezar a enumerar aquellos en los que podrías haber sido un poco feliz, la callas y te limitas a decir: toda mi vida... toda mi perra vida.
Ya no haces preguntas que nadie va a responder y solo hablas de morir.
Vas armando una gran cuartada, sientes ganas de decir que quieres volar y te imaginas cayendo de algún tanque de agua, ves tu cara destrozada en el suelo, fantaseas con la imagen roja y pones de lado tu cara, buscando tu mejor perfil para unirte al suelo. Siempre llegas al final, rápido, veloz, piensas en todas las carreras de la escuela...
No te distraes mucho en otro pensamiento que no sea la sensación de la caída al vacío y sobretodo en el final de esa carrera, el golpe contundente, y te dices que por la densidad de los materiales seguro tu cuerpo generará un leve temblor en donde caigas. Agudizas tu imaginación y en una mirada micro ves a las hormigas sacudirse centímetros a la redonda. Pones sonrisa de Guazón y te vuelves a reír por tu mueca.
Piensas en dejar la casa limpia, en ocultar el desorden para cuando vengan a hurgar tus cosas, buscando respuestas, buscando culpables. Piensas en prenderle fuego a todo sin importarte, pero para ello deberías tener algún ayudante para que tu vuelo encienda a la misma vez el fósforo que inicie el incendio. Tienes que ordenarlo todo y donar tus cosas, así no encontrarán nada a lo que le pongan voz y voto que no tienen. Tienes que moverte y hacer muchos planes y eso ya te agobia más. Vuelves a sangrar las plantas y esta vez sientes los pies más hinchados.
Caes en cuentas de que tienes que hacer muchos planes para que nada te impida llegar al final de la carrera. Lo asumes y te resignas... Ya son casi las dos de la madrugada y mañana debes entrar temprano a trabajar. Esperan por ti para que cumplas. Y te levantas del suelo para ir a la cama.


1 comentario:

Anónimo dijo...

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